Para todo lector de este blog no es ninguna sorpresa la deriva de Carlos Arribas, otrora prestigioso periodista de
El País. Ha pasado de ser el autor de la exclusiva sobre la Operación Puerto a un auténtico muñidor de los ciclistas dopados, de Valverde a Contador, pasando por llamar talibanes o arqueólogos a los que no han seguido su mismo itinerario hipócrita. Sin embargo, el periodista no está solo en su labor proselitista: desde hace unos años se acompaña, no ya de Pedro Horrillo (positivo este año en la Flecha de Brabante), sino de una pátina científico-médica que le proporciona Alejandro Lucía.
Este doctor es Catedrático de la Universidad Europea de Madrid (UEM). Es una universidad privada, y ya saben como funcionan las privadas en este país: apenas dedican nada a la investigación, en el momento en el que pagas su suculenta minuta eres ya licenciado, y tienen muchas instalaciones y botones que tocar. Huelga decir que los requisitos para acceder, tanto para el estudiante como para el profesor, son muchísimo más laxos que en la pública. Pero bueno, ahí está el catedrático, y bien que se cuida de ponerlo en todos sus escritos, que van a ser el objeto de este post.
El 23 de julio de 2006
El País publicaba la columna
La importancia de cuidar la aerodinámica, donde este auténtico genio de la medicina deportiva analizaba la crono de Montceau-Les Mines que dió el Tour a Landis. Sí, el mismo Landis de la exhibición en Morzine. El galeno, al que imagino como el profesor Tornasol de Tintín, escribía, tras elucubrar a brocha gorda sobre la resistencia al aire: “”más efectivo aún es estrechar al máximo los hombros, como lo hacía Landis en esa incomodísima posición suya, muy trabajada en los túneles de viento. Visto de perfil, no parecía más aerodinámico que los demás, pero cuando las cámaras lo enfocaban de frente, la cosa cambiaba (...) Si extrapolamos los resultados de algunos estudios científicos, y aún siendo conservadores, podemos cifrar la ventaja aerodinámica del americano en casi 1” por km.”. No se acaban aquí los elogios al robot: “Landis fue el único que mantuvo la vista al frente todo el tiempo” (efectivamente, como el día de DisneyLandis, y como buen robot: este es un médico que sabe extrapolar resultados, pero sólo a segundos por km) “impidiendo que se formasen turbulencias en la zona de la nuca (...) Hasta su bidón era más aerodinámico que el de sus rivales. En vez de ser cilíndrico, era aplanado e igual de estrecho que los tubos de la bicicleta. Algunos segundos ganaría también gracias a ese detalle, que para algo están los estudios científicos”.
¿A que mola ese remache?: “que para algo están los estudios científicos”. Claro, claro: la ciencia, esa palanca que permite mover el mundo. Me recuerda a cierto comentarista televisivo, siempre hablando de los cuadros, la marca de los grupos, la textura de los maillots y el rimel de las pestañas. Pero bueno, quizás se entienda todo mejor reproduciendo un artículo un poco anterior de Alejandro Lucía, publicado el 25 de junio de 2006 en los dos días de orgía de documentos de la Operación Puerto. Titulado
EPO, sangre, HMG y Prozac, es una versión divulgativa de los efectos de esas drogas, pero lo más interesante es el final. Lean con atención: “Dicho lo cual, que nadie se desengañe en vísperas de una carrera tan maravillosa como es el Tour. Por mucha Operación Puerto u otros escándalos de dopaje, los ciclistas siguen siendo los esforzados de la ruta, como se les conoce desde principios del siglo pasado. (Cuando, dicho sea de paso, también recurrían a fármacos para intentar mejorar su rendimiento, y además de un modo mucho más descontrolado e indiscriminado que hoy en día). Y se sacrifican y sufren como nadie. Además de jugarse la vida en la carretera. Que nadie lo dude: al final, siempre gana el mejor, el más valiente. No el que más se dopa”. Maravilloso, ¿verdad? El dopaje, minimizado por una supuesta autoridad, con los mismos argumentos que Eufemiano Fuentes (“el dopaje no hace de un burro un caballo de carreras”: Nozal debe ser una gallina). Por cierto, los errores de puntuación son del autor, que de tanto estudiar el cuerpo humano debió olvidar la gramática. Leído esto, a nadie puede extrañar que un mes después, después de haber vivido el día de DisneyLandis, justificase su rendimiento por la aerodinámica y los botes cilíndricos.
Abundemos un poco más en el protagonista de hoy. En su laboratorio de la UEM hacía pruebas de esfuerzo y rendimiento a Mancebo (sí, el mismo) y otros famosos corredores de la misma cuerda. Algo sabrá, digo yo. Así lo dice una simple consulta al
PubMed. Vemos que hace seis años publicó un interesante artículo en
International Journal of Sports Medicine sobre las diferencias entre los escaladores y el resto de los mortales, que les prometo analizar más en detalle. No es lo que interesa hoy. Vean los coautores: Hoyos y Chicharro. Del segundo no puedo decir nada, salvo que tiene un apellido futbolero; del primero sí. Es el médico del Caisse d´Epargne. ¡Y que pedazo de médico! Que nadie me malentienda: sólo voy a reproducir lo que dijo a
El País el 22 de junio de 2007, cuando inventó la teoría de que la desastrosa crono de Valverde se debía a un virus. Este es el párrafo completo: “Veremos que tiene”, avisaba el doctor del equipo, Jesús Hoyos, con síntomas de manifiesta preocupación. Fue él quien explicó que a Valverde, nada más empezar la carrera, se le hinchaban los músculos en cuanto trataba de forzar el ritmo. “Tal vez se bajó pronto del rodillo y se enfrió”, razonó el médico, que zanjó: “No fue una pájara, ha ido de menos a menos”. Quien más o quien menos sospecha que Valverde incuba un virus. “Lo cierto es que después de un día como éste, en el noventa y nueve por ciento de los casos vas a peor”, insistió Hoyos.
Pues salió el 1%, porque Piti estuvo muy bien en los Pirineos, y acabó sexto el Tour, a pesar de ese maligno virus. Tan maligno que empieza explicando el rendimiento decepcionante igual que lo haría mi abuela, con un “cogió frío”. ¡Qué pedazo de médico!. ¡Le voy a consultar también sobre como invertir en Bolsa, que afina mucho!. Pero bueno, recordemos que el protagonista de hoy es Alejandro Lucía, sólo quería ampliar horizontes hacia la gente con la que hace publicaciones científicas, y para que vean donde están. La última perla de este catedrático, que camina con paso firme hacia el Premio Nobel, data del 30 de julio de 2007, con motivo de la victoria de Alberto Contador en el Tour.
La naturaleza del campeón deja poco lugar a dudas desde el titular. Tras unas elucubraciones sentimentaloides sobre los ciclistas, espeta: “Lo que caracteriza a los ciclistas, héroes todos ellos, que hoy llegan a París, es una capacidad genética muy especial, un bagaje de muchos años de entrenamiento, y una enorme capacidad de sufrimiento y superación. No hay fármaco que supla estos tres factores. Y lo mejor de todo: difícilmente lo habrá”. Disculpan que intervenga un poco: para la última característica, ¿el Prozac para que se utilizaba? ¿para hacerte sentir el rey del mundo, verdad? Bah, no me hagan caso, que yo no soy catedrático.
“No existe droga alguna que pueda suplir las adaptaciones fisiológicas que sólo se consiguen con años de duro entrenamiento: aumento del número de vasos sanguíneos y de mitocondrias (...)en los músculos, mayor eficiencia metabólica, o tolerancia extrema a la fatiga. Cierto, muy cierto, que hay fármacos que mejoran significativamente el rendimiento físico. Y que en un futuro pueden salir otras drogas más eficaces que las que usan hoy. Pero no tanto como para desafiar a la madre naturaleza y determinar quien es el campeón”. En fin, palabra de médico. Fíjense como utiliza “drogas” y no “fármacos”, “sustancias” o “medicamentos”. Convendría recordarle que en el año 1997, en plena orgía de EPO, un corredor neoprofesional, que apenas había competido en categorías inferiores, quedó séptimo en el Giro y quinto en la Vuelta. Se llamaba
Stefano Faustini y corría en el AKI. No volvió a hacer nada más. Absolutamente nada más. ¿Será desafiar eso a la madre naturaleza? ¿O no será desafiar a la madre naturaleza aguantar la retórica hueca, pseudocientífica y narcotizante con las que nos apedrean desde los periódicos? Porque vamos, lo que hay que leer. Al menos una cosa tengo segura: yo no me pongo en manos de un tío que escribe estas cosas. Si fuese ciclista, a lo mejor.
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El año pasado Pereiro se paseó por su Vigo natal con una camiseta que ponía, en inglés, “Dejad de lanzar misiles”. Ayer Contador dió la primera entrevista televisiva de su vida en Cuatro, a eso de las dos de la tarde, y ante uno de esos presentadores tan monos y tan romos que caracterizan la cadena. Con decirles que hace pareja cómica con Juamma Castaño...Su camiseta ponía, también en inglés y francés, “Mi chica me ha propuesto un
menage a trois”, y después algo más en letra menuda. La misma gente que ha llevado su carrera deportiva (Manolo Saiz y los médicos) podría haberle enseñado idiomas, si querían convertirlo en una figura mundial. Al menos entendería lo que ponen las camisetas. O lo que ponen los prospectos de las medicinas