El Giro de Italia fue durante un tiempo la carrera por etapas más importante del mundo. Sí, aunque parezca mentira visto el gigantismo y en endiosamiento que padece el Tour. Fue en el período 1947-1953, cuando Bartali, Coppi y Magni disputaban su carrera con una pasión y una intensidad inusitada. El ciclo tuvo su fin cuando los dos primeros envejecieron y cuando Francia descubrió su ídolo en Bobet, el primer corredor que encandenó tres triunfos seguidos en la Grande Boucle. Desde entonces siempre ha ido un paso por detrás de la ronda francesa, a la que ha ignorado y dado la espalda según fuesen de rutilantes las estrellas de cada generación. El dato más descarnado para confirmar esta extraña relación es ser italiano y tragar con esta triste estadística: entre 1973 (Gimondi 2º en el Tour) y 1990 (Chiappuci repite posición) ningún italiano se sube al podio de la carrera francesa. O que entre el triunfo de Gimondi en 1965 y el siguiente de un italiano, Pantani en 1998, pasan 33 años...¿Dónde estaban los italianos?
Disputando su carrera, que se vive con una pasión tremenda. Una carrera que, como he dicho, se amolda a las figuras de turno: el Giro de Gimondi en 1976, con 34 años o el de Moser en 1984 (con puertos que se pasaban por túneles) son los ejemplos más claros, aunque el más sangrante sea el de Visentini en 1986. Todo esto no tiene que hacer olvidar los indudables atractivos de la carrera italiana, que la hacen única. En primer lugar, cierto gusto por la experimentación: en 1975 Torriani hizo acabar el Giro ¡en el Stelvio! o en 1993 la primera etapa fue una emboscada en la Isla de Elba (minietapa de 90 km. con numerosos fuera de control), por lo que el miniprólogo nocturno de esta noche no tiene que sorprender tanto. En segundo lugar, las grandes etapas de montaña, tanto en puertos como en distancia, aunque esta última característica se esté diluyendo. En tercer lugar, que el Giro huye de las grandes ciudades: siempre se llega a pequeños pueblos o ciudades que se vuelcan en la carrera, lo que le da un colorido y una versatilidad enorme. Casi nunca se llega a capitales, bien es cierto que también influye el caos de tráfico que originaría en unas urbes ya de por sí solas caóticas. Y por último, relacionado con este punto, el enorme gentío que se aglomera en todas las etapas, que suele sacar de quicio a los comentaristas españoles, siempre dispuestos a desenvainar sus gruesos calificativos antiitalianos: "esto es un caos", "puede ser una tragedia", "en España no se permitiría" y sandeces varias. Nunca ha ocurrido nada reseñable y la gente da color y vida. Y si no, que se recuerde la crono final de la Vuelta 1993, la de la Subida al Monte del Gozo compostelano, que parecía la subida a un cementerio, un espectáculo para cerrar el chiringuito y dedicarse a otra cosa. Por algo la Vuelta no ha vuelto por Galicia (creo).
Por supuesto que hay muchas otras características que hacen del Giro una carrera única y entrañable: la gran alternancia de corredores en los últimos 30 años, las azafatas fotocopiadas y de miradas ajenas al interés deportivo o el sonido en off del speaker en meta mezclándose con el comentarista de la tele (attenzione, altri quatri ciclisti in arrivo, lasciare libera la strada), siempre metálico, siempre nasal. A disfrutar del Giro, una carrera que nos va a deparar un montón de anécdotas para comentar y más de un buen espectáculo.
07 mayo, 2005
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4 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo contigo, Sergio. Enhorabuena por tu blog (que ya lo he añadido a mi sección de favoritos).
Tienes razón respecto a lo de la gente. Efectivamente, sin ese público dispuesto en las carreteras al paso de los ciclistas ésto no tendría ningún interés, diga lo que diga Carlos de Andrés. Aún así, me parece cuando menos gracioso el final de etapa que se produjo el año pasado, o hace dos años?. Entondes el público se metío en la calzada después del paso de los 10 primeros corredores. Recurdo a ciclistas abriendose paso a puñetazos entre el público.
Creo que fue el año pasado, en la penúltima etapa, la que ganó Garzelli. La invasión de la calzada dio lugar a que el comentarista de Canal 6 (la tele del Grupo Vocento), un antiguo acólito de Jose María García, dijese cuatro majaderías que sonaban como salidas directamente de la caverna: "Y después los de la chaqueta de pana y la barbita dicen que tenemos que ir a aprender fuera" o algo así.
Y lo bonita que es Italia. Paisajes y pueblos bellísimos, que a uno le hacen fijarse no sólo en la carrera.
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