Más duro que las piedras

Los quince primeros corredores de la general empezaron a salir con tres minutos de intervalo, una medida exagerada para sólo 14,4 kms. de contrarreloj y que aumentaba el riesgo de una gran tromba de agua en el circuito. En contra de las previsiones, el cielo se mantuvo relativamente sereno durante casi toda la jornada. La fiesta popular de una crono final en Roma tuvo de popular a los turistas, sorprendidos por el evento y que, ante la imposibilidad de ver en paz los principales monumentos de la ciudad, se sumaron al escaso público romano, que había escapado de la ciudad por el puente del 2 de junio, día de la República. Las gradas para el desfile militar ya estaban montadas en Via dei Fori Imperiali, y esta fue una de las causas para modificar el recorrido.

Tras ver otras partes del circuito me quedé al lado del Coliseo, justo antes de la vuelta al monumento y tras la curva de vía San Gregorio ante el Arco de Constantino, el mismo sitio donde estuvo expuesta la copa de la Champions League la semana pasada. Tendido en la hierba reseca de una primavera inusualmente calurosa, asistí a como se iba desgranando a la inversa la clasificación, desde el velocísimo Popovych -cuarto en meta- hasta Basso, pasando por el sorprendente Seeldraeyers o el perdido para la crono Rogers. Cuando pasó Sastre empezó a llover. Primero ligero, después más intensamente. Fue el turno de Di Luca, que se levantó de la bici para subir la inocua pendiente. La lluvia era constante.

En el intervalo entre Di Luca y el esperado Menchov empezó a jarrear agua. "Vaya mala suerte", pensé. No tenía ninguna referencia y calculé a ojo que debía ser ya el momento en que el ruso pasase. Súbitamente se hizo un silencio. Pasó la moto y Menchov no aparecía. De repente, la mancha rosa surgió de la curva y en su culotte se podía ver el barro. ""E cadudo¡ E caduto!". La posibilidad de perder el Giro en la última crono se hacía realidad. Sólo supe que había ganado cuando ví que ningún italiano celebraba nada y un ruso, con bandera al cuello y borracho, empezó a gritar de alegría. Ví la caída en la pantalla gigante bajo el Oppio, la colina que muere en el Coliseo: Menchov se cae en el momento que más llueve en el empedrado de Via San Gregorio, a 800 metros de meta y tras pasar el arco de entrada al Palatino. También ví el lógico estallido de alegría del ruso una vez cruzada la meta.

La etapa hubiese sido suya de no mediar la caída. En el podio se muestra inusualmente contento y ufano. El marco es irrepetible, con la parte mejor conservada del Coliseo al fondo. Un justo vencedor para la edición del centenario. A las 18:40, con un público mayoritariamente de turistas, el presidente de la República Giorgio Napolitano esperó a los ciclistas a la puerta del Quirinale. Fueron llegando poco a poco, entre grandes medidas de seguridad: primero los LPR, después los Rabobank. No se vio ni a los Caisse, ni a los Astana, ni a los Xacobeo, entre otros. El micrófono preparado tampoco se utilizó. Sin embargo, la sencilla recepción fue bonita. Bram De Groot rompió el protocolo y se fue a sacar una foto con la más alta autoridad de Italia. Los destacados del Giro, y un Basso adicto a los flashes, se colocaron al frente. Menchov repitió el ritual de recoger el trofeo, mientras el postcomunista Napolitano le decía unas palabras en ruso, la lengua que aprendió de joven. Le entregaron un maillot firmado por los popes del pelotón. Sesión de flashes y el último en retirarse Basso, entre la extraña luz de un día peculiar para el ciclismo. Menchov, poco amigo de las celebraciones, cenó con los suyos en un discreto restaurante cerca de la pirámide de Caio Cestio, la antítesis de las discotecas y el glamour: ya hubo bastante durante todo el día. Huelga decirlo, pero un gran Giro de Italia y un gran vencedor, que con tres grandes vueltas en su palmarés ya forma parte de la historia del ciclismo.
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El viernes en el Vesubio Carlos Sastre volvió a ratificar su mutación en corredor ganador, parece mentira que haya tenido que esperar hasta tan tarde. Antes ni hacía entre los cinco primeros en una etapa de montaña, ahora gana con un único ataque. Parece que también ha transmitido por ósmosis parte de esas cualidades a Pauwels, que ha hecho una última semana en su primera gran vuelta para recordar. Segundo Pellizotti y Di Luca se llevó la bonificación del tercer puesto. El sábado en Anagni Gilbert demostró sus cualidades de llegador y las razones que le llevan a ser uno de los mejores corredores del pelotón. La crono final fue para Konovalovas, un lituano del Cerveló, equipo que se lleva cuatro etapas y otra que regaló a Bertagnolli, todas en la última semana.
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Para un físico sería una cosa de acción-reacción. Para un filósofo lógico, una relación de causa-consecuencia. Para un matemático algebraico, dos más dos igual a cuatro. Para el aficionado al deporte y con algo de suspicacia, algo cantado. ¡Vaya cantazo!.