Filippo Simeoni, un corredor que había denunciado las prácticas dopantes de Ferrari -el mismo fue usuario- atacó y ¿quién fue a neutralizarle?: el propio Armstrong. Entre el marcaje del americano y el propio rechazo de sus compañeros de escapada -incluyendo a Chente, "uno de los profesionales más respetados del pelotón"-, Simeoni tuvo que volver al pelotón.
Para más escarnio, al día siguiente el corredor soviético Ekimov, compañero de Armstrong, le puso los cuernos, mientras que Pozzato, joven imberbe, se descojonaba. La justicia quiso que ayer Pozzato, en todos los ataques en el final de carrera, fuese tercero mientras que Simeoni obtenía la maglia tricolore en el insulso circuito de Bérgamo, a los 37 años y ante un profundo sentimiento de satisfacción del que esto escribe.
Eso es justicia poética. La justicia ordinaria, a la que recurrió Simeoni, dejó establecido que Armstrong le amenazó con un inequívoco "Soy rico. Tengo tiempo y dinero. Te destruiré y haré que dejes de correr". Para eso utilizó a Cipollini Pavarotti, el capo del Domina Vacanze donde corría el ciclista que rompió la Ley del Silencio. Sólo la firme oposición de Vincenzo Santoni -director deportivo del Domina- impidió una mayor humillación del ciclismo. Aún así, Simeoni tuvo que cumplir la sanción por confesar el dopaje, pasó a correr en equipos pequeños, a disputar un calendario pequeño -su última victoria era de 2005, en China-, con el único resarcimiento de una multa que tuvo que pagar Armstrong por su coacción. Hasta ayer.
La carrera fue emocionante, dentro de la nulidad del circuito. Una subida a la ciudad alta, de impronta veneciana, que no daba ninguna diferencia, y un pelotón enorme que se aproximaba a los últimos kms. para una sprint masivo en una recta ancha como pocas. Por si había alguna duda, se pasaba por la autopista de circunvalación. Simeoni atacó en el llano. Nadie consideró necesario ir a neutralizarle, a pesar de que todos los jefes de filas contaban con dos o más gregarios. Logró mucha diferencia en los primeros momentos, pero en la recta de meta parecía que le podían neutralizar.
A falta de 100 metros, Simeoni miró atrás y puso cara de susto. Cuando alzó la vista, vio que la meta estaba delante. Los comentaristas, Auro Bulbarelli y Davide Cassani, parecían más interesados en contar mentiras -"duecentomilla persone nel circuito", contando perros, gatos y arbustos- que en resaltar el triunfo de este corredor. En línea de meta, reproches cruzados de Pozzato con Cunego, de Ballan con estos, de todos contra todos, las típicas lamentelle de italianos. En el podio, frialdad manifiesta de todos con Simeoni, el apestado. Y eso incluye a Visconti, campeón uscente y segundo ayer, que ni siquiera era corredor cuando Simeoni saltó a la fama. Así es el ciclismo. Menos mal que el triunfo de Simeoni da una lección: jamás hay que rendirse.
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En condiciones normales, el campeonato español hubiese merecido el tema central. No faltan los argumentos. La carrera no fue retransmitida en directo, y eso que cuando en 2007 La Sexta hizo lo propio, se celebró como una nueva oportunidad para un deporte moribundo. No parece que los responsables de la joven televisión quisieran repetir la experiencia. No había patrocinador. Apenas una banderola del ayuntamiento de Talavera de la Reina en la salida, ninguna valla en el recorrido, y el podio en un camión desvencijado y blanco, una blancura desoladora fruto de la ausencia de los colores vivos y las tipografías de la gente que pone dinero en el ciclismo y quiere ver su empresa asociada a este deporte.
Una sabia decisión empresarial, a tenor de los resultados. Gracias al infame resumen de TVE pudimos ver el lamentable recorrido, con tramos de carretera propios de otras latitudes y desarrollos económicos. Oscar Sevilla atacó en el puerto y se llevó en su aventura al héroe local Arroyo y a Iván Gutiérrez, ambos en forma-Tour. Los fundió. Menos mal que por detrás su amigo íntimo -Sevillano conducía el coche con el que Piti se acercó al altar el día de su boda- saltó y, tras hacer una subida a todo gas, alcanzó a su amigo emigrado en la cima del puerto. En el sprint no hubo color, y para rematar la jugada, Pereiro fue tercero. En todo el resumen no se dió ni una referencia: ni de cuanto quedaba para meta, ni de las diferencias. Hoy las he leído: Valverde recortó un minuto a Sevilla en el puerto, y desde allí fueron 34 kms. a meta. Mucho calor, tanto que la señorita del podio parecía sacada del mismo molde que las que anuncian los asaltos en el boxeo. El trofeo, un cáliz de ceramica talaverana, propio de una tienda de recuerdos para jubilados.Todo muy cutre y casposo. En el 2006 una sentada de los ciclistas, que no querían ver sus nombres en los periódicos por la Operación Puerto, anuló la carrera. Dos años después, algunos de los protagonistas más destacados de la mayor operación antidopaje jamás realizada son los héroes de la misma carrera que torpededaron. "No te preocupes por los periodistas, ya vendrán de rodillas", recogió Arribas en esa jornada, antes de pasarse al bando de los amotinados contra la decencia y la honradez de este deporte, si todavía existe. Piti correrá el Tour con la bandera nacional. Y los periodistas, genuflexos. O directamente borrachos tras la noche de ayer.
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En el resto de países, pocos nombres destacados. Weggman repite en Alemania, en Francia también repite otro -segundo Coyot, gregario del Caisse para el Tour-, en Bélgica un absoluto desconocido, en Holanda el tremendo Boom, y en Suiza el veteranísimo Markus Zberg. En el pierdepaga luxemburgués, la moneda fue para Schleck, de nombre Frank.