Nunca llegarán a abuelos

Por lo menos tuvo tiempo de despedirse. Morirse con 50 años significa que lo has hecho todo muy deprisa: ganar el Tour en tu primera participación, retirarte diez años después con un palmarés entre los mejores de la historia del ciclismo, hacer muchos enemigos, ganar muchas condolencias.

Laurent Fignon fue un ciclista excesivo, el último de los grandes campeones franceses, el último que pudo luchar por la victoria en un Tour y que perdió por los ocho segundos más famosos de la historia de este deporte maravilloso. En la hora de su muerte parece haber aglutinado una extraña sensación que nadie hubiese dicho jamás que podría provocar: pena.

Su temperamento le situaba, en cierto modo, en el objetivo más fácil. Rival de nuestro españolísimo Delgado y marcadamente francés, lo más fácil era odiarlo. Y a fe que se empeñaba en ello, como el famosísimo escupitajo a la cámara de TVE al bajar del tren que lo llevaba a París en la mañana del día que perdió el Tour, el momento más recordado de su carrera como ciclista. Esta bien recordarlo, porque Fignon también era eso.

De su amplísimo y variado palmarés (podio en las tres grandes, podio en Roubaix, dos Sanremos seguidas, una Flecha Valona) les darán buena cuenta, yo me quedo con su última victoria relevante, la etapa de Mulhouse en el Tour de 1992. Fue el Tour del definitivo traspaso de poderes entre su generación y la de Induráin, más científica y menos impulsiva. Fignon, que ya tenía 31 años, corría en el Gatorade de Bugno, quizás para insuflarle un poco de mala leche al parsimonioso italiano. Se escapó en solitario, como han hecho siempre los grandes y el en particular, para ganar ante su público y sentirse una vez más en la cima del mundo.

Con su adiós Fignon pasa a engrosar la lamentable estadística de ganadores del Tour muertos prematuramente, esto es, antes de la edad media de fallecimiento en su país. Incluso antes de la media de fallecimiento desde 1945, situada en torno a los sesenta años. Morirse con 50 años no es habitual en Francia, pero sí entre el olimpo al que pertenece. El cáncer de páncreas lleva a la tumba rápidamente y en un elevadísimo número de casos en los que presenta: desde que se supo la noticia hace poco menos de un año se sabía que le quedaba poco tiempo.

El propio corredor descartó que su afección fuese provocada por el dopaje, del que hizo uso y abuso, pero el es ciclista y no doctor. Su testimonio sirve de poco, y se tropieza de bruces con su muerte prematura, una realidad inobjetable y que no admite otra consideración. Como suele pasar en el ciclismo, todo es casual y aleatorio: le ha pasado a Fignon como le podría pasar a cualquiera.

Hay como una irónica y elegantísima lección de este oficio absurdo que es el ir contando la muerte de campeones. Campeones que mueren en la cama, como si hubiesen elegido de esta rara y privilegiada manera que les evita el tener que caer en su campo de batalla, en la carretera. Nunca fueron héroes. Nadie lo es: el minero no muere en la mina, sino de silicosis, el soldado de hoy día no muere en una heroica acción, sino por fuego amigo. Se va Fignon, que pase el siguiente.
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Magnífica etapa de la Vuelta. Un recorrido precioso, ensalzado por unas tomas aéreas al nivel del Giro o el Tour (logran que desees ir a ese lugar) y una buena lucha entre los favoritos. El terreno daba para más, pero estamos al inicio de la carrera. Ojalá la carrera vuelva por el norte de Jaén, en una etapa que me ha recordado bastante a la que llegó a Ubrique en la Vuelta 2002: no se volvió, pero ahí queda para cuando quieran. La victoria ha sido para Antón, que ha subido con mucha facilidad la encerrona final, bastante más dura de las que preparan por Italia. Segundo Nibali y un buen puñado de segundos entre los favoritos. Gilbert conserva el liderato con 10" sobre el escalador vasco y J.Rodríguez. El séptimo de la general es Tondo y ya está a 50". Parece mentira que la Vuelta sólo lleve cuatro etapas. Esta es la carrera que siempre ha tenido que ser.
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Ataque de cagalera en el Sky. Si en el Tour el equipo estuvo extrañamente desaparecido, ahora en la Vuelta caen a las primeras de cambio los dos jovencísimos Swift y Augustyn, que no levanta cabeza.
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Que se haga la vista gorda sobre un control antidoping cuesta 400 euros, un poco más de la cifra apuntada en su momento por Matschiner, pero aún así muy al alcance de la mayoría de sueldos millonarios del deporte. ¿Donde se publica la noticia? En Alemania, por supuesto. 
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Los estatutos de la RFEC. Podrían haber aprovechado para incorporar algo tipo "no podrán formar parte de sus órganos directivos ningún antiguo afiliado con problemas de dopaje, para intentar sanear esto".
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Les pongo esta foto de Jani Brajkovic, que según su twitter se va a buscar los parajes más recónditos e inverosímiles para entrenar. Es todo muy bonito, especialmente el traje negro completo, un equipación del RadioShack que no conocía: seguramente es una equipación defectuosa y no han encargado explícitamente una línea de trajes negros para entrenamientos discretos.
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Vaya, parece que el nuevo patrocinador del Reynolds-Banesto-Unzué va a imponer una curiosa condición al equipo. Como sabrán, el antiguo monopolio -ahora sólo lo es de facto- telefónico tiene muchos intereses en Sudamérica, y tras las experiencias de fichar a baleáricos y franceses por los anteriores pagadores, ahora tendrán que fichar a sudámericanos. A ver si les salen mejor que Rujano, el abuelo que ficharon para dar conversación a Uran -que parece que se va- o Soler. Y vete a saber si no tienen que ir a correr el calendario brasileño o argentino. Quien paga, manda. Y la de risas que nos vamos a echar con toda el bagaje de metáforas a las que se presta el nuevo patrocinador, la cosa de móviles de Timofónica.
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¿Y qué hace Rubalcaba en estos berenjenales? Ays, el poder mediático del deporte...