Sinkewitz ha declarado, en una entrevista al imprescindible Sueddeutsche Zeitung de Andreas Burkert (el que ha ocupado el trono que le correspondería a Carlos Arribas, tras la abdicación de este), que ya se dopaba con 20 años, lejos aún de los profesionales. Rompe así un tabú, el de las categorías inferiores virginales y pasando la gitana prueba del pañuelo, con tanto de exhibición y algarabía pública. Por poner un ejemplo, el muy mentiroso y taimado Jaksche (baste recordar su actitud antes de la confesión), en el momento de su outing, siempre se guardó muy bien las espaldas de su época pre-profesional, y eso que pasó con esos mismos 20 añitos, y nada menos que en 1998, cuando hasta Simone Borgheresi hacía segundo en una crono gracias al EPO, esa sustancia en boca y en vena de todos. Manzano lo mismo: yo de joven, nada de nada.
A Sinkewitz, que ha visto reducida su sanción en un año al colaborar efectivamente con la justicia (ahí están los registros en los domicilios y despachos de los dos doctores de la Universidad de Freiburg), no se le han caído los anillos al confesar que, siendo como era uno de los favoritos a la prueba CRI sub-23 de Plouay 2000, fue apartado a última hora porque pasaba ampliamente el 50% de hematocrito. Y también ha dicho que fue él -ojo a la autoría- el que se interesó por la EPO, al oir por todas partes sus efectos. Incluyendo el efecto contagio, ese del que nunca se habla. O sea, que de médicos nada: es la propia ambición del corredor la que empuja a doparse. Parece mentira que a estas alturas haya que recordar esto, pero es así. Los corredores son la pieza básica del dopaje, porque dan su consentimiento, muchas veces forzado por las estructuras mafiosas y de omertá que imperan en el ciclismo, desde Cocentaina hasta Livigno.
Al año siguiente de su debut con la praxis dopante, la joven estrella pasó a profesionales con el equipo de promesas de Mapei, ese donde se juntaban Eisel, Cancellara o Pozzato. El director era Matxín, otra joven promesa. Sinkewitz ha dicho que el dopaje era sistemático también ahí. Los muchos apologetas de Giorgio Squinzi (Cristiano Gatti sobre todos los demás) siempre han dicho que ideó ese equipo para hacer escapar a los mejores de las garras del dopaje, como si fuese una especie de Schindler o Giorgio Perlasca. Mentira, por supuesto. A finales de 2002 pasa al Quick Step, donde coincide con todos sus ídolos. Por cierto, es totalmente falso que, en contra de lo que publica el periodista agrafo de El Mundo, Sinkewitz coincidiese con Freire, ni en calendario ni en equipo, pero bueno: viendo la línea editorial de su periódico, como para decirle algo que no sea que en la base de Roswell se han encontrado indicios de algunos de los muchos escándalos con los que nos iluminan.
A partir de 2003, Sinkewitz fue feliz en el equipo belga. Buenos resultados, Bettini que le enseñaba cómo aplicarse los geles de testosterona -amenazado por el italiano, el alemán se ha desdicho- y esa babilla que le colgaba por la comisura de los labios. Después se estancó, y pasó a T-Mobile junto con Rogers, uno que le ha acompañado siempre, y que la UCI y todos los organismos insisten en salvar de la quema. Uno que, como los resultados no acaban de llegar, cualquier día lo vemos con el mismo protagonismo que Sinkewitz. A lo mejor para 2009, cuando volverá a la competición el simpático protagonista de hoy. No le quedarán muchos amigos, me temo. Ni siquiera de la juventud, esa donde empieza todo.
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"No han tenido nada que reprocharnos. Ni en el apartado económico, ni en el médico". ¡Pobre Aketza Peña! ¡Tan joven y ya tan olvidado!
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¿Jefe de filas? ¿En dónde? ¿De quien?